Andrés Caicedo – Teatro

LAS MUERTES EFÍMERAS:

EL TEATRO DE ANDRÉS CAICEDO

NOTAS  EN  TERCERA  PERSONA

El acto de la representación desaparece después de los aplausos.  Una vez que el público  ha salido,  cuando  los actores se quitan  el maquillaje,  si es que alguna  vez lo han  usado,  cuando  salen del teatro, o como  se quiera llamar  al espacio  de las convenciones, la danza, el performance, el happening, en fin, el escenario, ya no  existe  sino en la memoria  de quienes  lo inventaron  y en la conciencia   de aquellos   que fueron  testigos.  Una broma  de otros tiempos afirmaba que, de las puestas  en escena, sólo quedaban los afiches. Los  programas  de mano  y las fotos. Hoy por  hoy, el video intenta  aproximarse a la experiencia directa de la manera  más fiel, pero la regla está dispuesta en la relación entre el espectador y los actores. Cuando  una  cámara  se interpone en la mitad, la convención desaparece.

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El teatro hay que re inventarlo para las pantallas, de tal suerte que la impos­tura  parezca real. Quizás  por ello, en otras  circunstancias   donde  los oficios marcaban   las fronteras   de sus respectivos  territorios,  los hombres  y las mu­jeres  del  teatro  guardaban   prudente   distancia  con aquellos  que sobrevivían gracias al cine o la televisión. Esta diferencia, con el correr  de  los  siglos, ha  ido  desapareciendo. Pero el fantasma  de los escenarios  parece  saltar de vez en cuando  y acariciarle los pies a aquellos que duermen  tranquilos  por las noches.

Hay  momentos   en  la historia   del  teatro  en los que  a investigadores   y curiosos  les hubiera gustado   que  las  cámaras   hubiesen   registrado momentos   irrepetibles.   ¿Dónde  estaban  las cámaras  cuando  el joven Luis Andrés  Caicedo  Es­tela (Cali, 1951-1977) puso  en escena  sus obras de teatro?  Todavía  no se sabe muy bien  el mo­mento  en el cual Caicedo  comenzó  a interesarse por  el mundo  del arte.  Se supone  que su fasci­nación  inicial se dio por los libros que devoraba desde su primera  infancia,  pero fue en los claus­tros  escolares  cuando  descubrió   su interés  por la representación   de historias.

Con el paso del tiempo,  la figura de Caicedo ha  ido  convirtiéndose    en  una  suerte   de mito. juvenil colombiano, centrado en   su   interés descomunal   por  la narrativa  y el cine.  Gracias a los libros  El atravesado, ¡Que viva la música!, Angelitos  empantanados   o historias para joven­citos, Destinitos fatales,  Berenice,  Calicalabozo, Noche sin fortuna,  El cuento de mi vida, Mi cuer­po  es una  celda, El libro negro u Ojo al cine, se ha  construido  la leyenda  de su genio.  El cine, por  su parte,  ha hecho  de las suyas, en especial por los documentales gestados  por  Luis Ospina (Cali, 1949): Andrés  Caicedo:  unos pocos buenos amigos (1986), Cali: ayer, hoy y mañana  (1995), Todo comenzó  por  el fin  (2015),  sumándole   la recuperación    que  el mismo  Ospina  hizo  de la única   entrevista   filmada  con  Caicedo   para  el Programa   de  Televisión  Páginas  de Colcultura (Juan  Gustavo  Cobo  Borda,   1977),  la  recons­trucción   del  video  denominado  Angelitos  empantanados: historias  para  jovencitos   (Andrés Caicedo  y Eduardo  «La Rata» Carvajal,  1974) o de la película  Angelita y Miguel Ángel  (Andrés Caicedo  y Carlos Mayolo, 1971)l.

Los años han pasado y Caicedo  ha trascendi­do sus propios  límites para convertirse  en mate­ria de estudio: traducciones  de sus libros (inglés, francés, italiano, alemán, portugués, finlandés), cientos de tesis universitarias,  diversas experien­cias audiovisuales,  tanto  colombianas   como  ex­tranjeras  sin contar  programas  de radio, fiestas, grafitis y demás homenajes  que lo han  converti­do en una suerte de icono eternamente  juvenil 2.

Para tratar de entender el fenómeno, hay que remontarse  a los orígenes y encontrar que no sólo la literatura fue la fuente de donde bebió el joven Andrés en el Cali exultante de mediados de la década del sesenta sino que un rayo de fascinación se atravesó en su cerebro creador cuando  descubrió las posibilidades del teatro ¿De dónde nació su entusiasmo? Existía, en la capital del departamento  del Valle del Cauca, Bellas Artes  y  Extensión  Cultural  del  Valle donde se destacaba el Teatro Escuela de Cali que, en 1968, armaría tolda aparte, para convertirse en el Teatro Experimental de Cali (TEC) bajo el liderazgo  de  Enrique  Buenaventura  (Cali, 1925-2003). Cuando  Andrés  adelantaba  sus estudios de secundaria 3, el TEC montaba obras del repertorio clásico.

Pero, al mismo tiempo, se consolidaban en Cali tanto los Festivalesde Arte (dirigidos por la actriz y promotora argentina Fanny Mikey)como los Festivales de Arte de Vanguardia, donde los nadaístas y, en especial, la Casa de la Cultura de Bogotá, dirigida por Santiago García, traía a Cali los primeros montajes de los autores de las van­ guardias europeas y norteamericanas. Es preciso recordar que la Casa de la Cultura (luego cono­cida como el Teatro La Candelaria) se fundó en 1966. Y mientras el TEC ponía en escena Edipo rey de Sófocles (dos versiones: 1959 y 1965), la Casa de la Cultura se arriesgaba con la versión de Soldados, a partir de la novela de Álvaro Cepeda Samudio, sumándole a los esfuerzos que Santiago García había hecho para poner en escena me­morables versiones del teatro de Bertolt Brecht, en especial Galileo Galilei que se presentaría en Cali, en el Teatro Municipal en 1965 4.

El entusiasmo de Caicedo por la literatura se combina por su interés hacia las artes escénicas, como una manera  viva y palpitante de lanzar ideas desesperadas a los espectadores. En sus archivos se encuentra un primer texto tea­tral titulado Las curiosas conciencias  (incluido en el presente volumen) el cual se remonta  a 1966, pero no se tiene una referencia precisa de su montaje. En el documental Andrés Caicedo: Unos pocos buenos amigos (1986) de Luis Os­pina,  el amigo de la infancia Carlos «Charlie» Pineda habla de una obra titulada Los obscuros desahogos que, hasta el momento,  no aparece ninguna  versión de la misma. En realidad, las  obras  significativas  de  Caicedo  se remontan a 1967, cuando Andrés tiene 16 años.  Los  me­jores  recuerdos  de esta época  han  sido escritos por  uno  de los mejores  cómplices  del autor  en sus aventuras  teatrales  y cineclubísticas:   el his­toriador   Ramiro  Arbeláez  quien,  en  el prólo­go del libro  Memorias  de una  cinefilia  (Andrés Caicedo, Carlos Mayolo, Luis  Ospina)  (2015)  y en  el artículo  titulado.   La  habitación  del ami­go (publicado   en el número   l37  de 2017 de la revista   Arcadia)   hace   una   certera   evocación del entusiasmo   del joven  Caicedo  por  el teatro. Arbeláez   es enlistado por  el  autor  y  director para  actuar  en la obra  El fin  de las vacaciones, comenzando   el año  1967. La puesta  en escena (donde  compartían   los roles el mismo  Caicedo, Ramiro  Arbeláez  y Nicolás  Méndez)   fue  prohibida   por  los  hermanos    maristas,   impidien­do  que  se representase en  el Día  de la Madre. El discurso  nihilista  de la obra no estaba para ser «entendido»  por los estudiantes  y mucho  menos por  los padres  de familia.  Ramiro  y Andrés  no se dieron  por vencidos.  Acto seguido,  se empe­ñaron: en representar la obra Los imbéciles están de testigo, que Caicedo  quería «estrenar»  en una fiesta de adolescentes  en su casa. Los padres  de Andrés  impidieron  la representación,  por el alto volumen de· la música  y porque  las niñas  asis­tentes  iban a llegar en minifalda.  La obra se pre­sentó, para pocos testigos,  en un lote frente a los talleres de Chipichape,  en el norte  de Cali. Pare­ciera que «la censura» se imponía  en los intentos precoces  de Caicedo.  Por fortuna,  según  cuenta Arbeláez,  «el triunfo»  se impuso  un año después, cuando  el joven autor puso en escena la obra de su propia  autoría  titulada  La piel del otro héroe y se ganaron  el premio  a la mejor  dirección  en el III Festival de Teatro de Cali. En esa ocasión, uno de los jurados  era Enrique  Buenaventura.

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Sin embargo,  Andrés  no se daría por vencido con sus provocaciones.   Su nueva  obra original, titulada  Recibiendo al nuevo alumno  fue presen­tada en el Paraninfo  de la Universidad  del Cauca, en  la  muy  tradicional ciudad de  Popayán,  de donde   era oriundo su padre.  El escándalo   no se hizo  esperar  (la obra,  como  lo comprobará el lector  de este volumen,  es una  feroz crítica  a las  instituciones    educativas, representada  por jovencitos   que  se  encargaban   de  organizar   la rebelión  en las mismas  fauces  del recato).  Para Caicedo   era  muy  importante    sacudir   los  ci­mientos de su propio  entorno.   Provocarlo,   es­candalizarlo, hacerlo  pensar.  Muy  en el fondo, pensaba  que podría  «cambiar  su mundo»  con el teatro,  idea que pronto  se daría  cuenta  que esta­ba más allá de sus propias utopías.  Según el ami­go, actor y cómplice  Jaime Acosta, Recibiendo al nuevo  alumno  formaba   parte  de  una  saga co­nocida  inicialmente como  Los diplomas 5. Pero, ¿De dónde venían las herramientas escénicas de Andrés Caicedo?

Cali no  era una  ciudad  ingenua. En estos momentos, la actitud del TEC torna tintes radicales. En 1967, tras el montaje de La trampa,  el grupo es expulsado de Bellas Artes y comienza, no sólo la búsqueda de una nueva sede, sino de un repertorio más acorde con los nuevos tiem­pos. Un año después nace la saga Los papeles del infierno  de Buenaventura y Soldados,  según la versión inicial de Carlos José Reyes. Atrás ha­bían quedado los Festivales de Arte fundados por Fanny Mikey y Pedro I. Martínez, quienes desarrollaron una intensa labor de formación de público entre 1961 y 1965. Dichos festivales continuaron,  entre 1966 y 1970 (dirigidos por Maritza Uribe, Martha Hoyos y Gloria Delga­do), pero la  actitud de los grupos de teatro, no sólo de Cali sino del país, era abiertamente con­testataria. En ese ambiente, Caicedo descubre, en primer término, el llamado «teatro del absur­do» y, en particular, a Eugene Ionesco, de quien toma prestado el texto de la obra La cantante calva y realiza una versión que no pone en es­cena. La que sí monta, en 1969, es una adapta­ción de Las sillas que, de nuevo, tiene positivos reconocimientos en los festivales estudiantiles. El año 69 es una época especialmente prolífica para Caicedo. No sólo escribe una buena can­tidad de sus mejores cuentos 6,  sino que empie­za a interesarse por lo que sucede en el Teatro Experimental de Cali. El grupo se ha instalado en una sede en la calle séptima con carrera oc­tava, en el centro de la ciudad, a tres cuadras del Teatro Municipal.

Siguiendo las narraciones de Ramiro Arbe­láez, en el segundo semestre de 1969 Caicedo se vincula a la Universidad del Valle, como director de un grupo de teatro. Se deciden por hacer una versión de La noche de los asesinos del cubano José Triana 7. En esa puesta en escena trabajaría Arbeláez, junto a Jaime Acosta (quien un par de años después sería el actor protagónico de la pe­lícula Angelita y Miguel Ángel) ya la joven Sonia Montero. La asistencia estuvo a cargo del estu­diante de arquitectura (al igual que Acosta) Jimy «El Che» Carrillo. La obra se estrenó en el Teatro Municipal, donde llenaron la sala en sus tres re­presentaciones. Luego, hicieron una función en el femenino Colegio del Sagrado Corazón y, en junio de 1970, viajarían a Bucaramanga, donde presentarían la obra en el Seminario Nacional de Teatro Universitario que tuvo lugar en la Uni­versidad Industrial de Santander. Allí Caicedo entraría en estrecho contacto con Enrique Bue­naventura y, poco tiempo después, entra al TEC  como  actor  en la obra  Seis horas en la vida de Frank Kulak (escrita  por  Buenaventura)   donde desaparece  su tartamudez   en escena.

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La experiencia  en el grupo  lo llena  de entu­siasmo,  pero  pronto  su necesidad   de liderazgo lo aleja de sus proyectos.  Allí, sin embargo,  nace el Cine-Club  de Cali, como  una  actividad  pa­ralela del TEC, con proyecciones  de clásicos en 16 mm.  En esta época,  se consolida  la epifanía cinéfila de Caicedo y comienza  a publicar  textos en periódicos   y folletos  que  él mismo  diseña 8. De su paso por El TEC quedó también  su conocimiento  del marxismo.  «Después  de conocer  el marxismo,  uno  no puede  volver a dormir  tran­quilo’: aseguraba.  Lo interesante  de este período es la idea que Caicedo tiene de las adaptaciones teatrales.  No es seguro  que  el joven  dramatur­go siguiese  las ideas  de  Buenaventura   en  este aspecto  pero,  desde  la herencia  brechtiana,   los dramaturgos «prestaban’    sus  argumentos de otros  referentes  y la idea del autor  único  se di­luía. De allí que  Andrés  no tuviese  ningún   re­paro  en hacer  sus propias  versiones  de Ionesco o José Triana  con  obras  que  poseían   estéticas similares  a La piel del otro héroe o Recibiendo al nuevo alumno. Desde  este momento,   se puede sentir una  suerte  de corpus  en las producciones de Caicedo,  tanto  en el teatro  como  en sus pri­meros  escritos  sobre  el cine. Andrés  no era un crítico, en el sentido  estricto  de la palabra,  sino un  recreador de  universos cinematográficos a través  del  entusiasmo   de su frenético  impulso literario.  Baste comparar  sus relatos de la época (El espectador, Los mensajeros)  con  sus críticas (Más corazón que odio o Trenes rigurosamente vigilados) para encontrar  que los textos encuen­tran  sus puntos  de conexión  gracias a los meca­nismos  de la ficción.

A todos  ellos se debe sumar  la identidad   in­confundible   tanto  de sus adaptaciones   teatrales como  la de sus obras  originales  para  la escena. Por  otra  parte,  se suma  a sus indagaciones   un elemento   no  menos   importante: sus  lecturas. No  solo  de la narrativa universal,  sino  del na­ciente boom  de la narrativa  hispanoamericana. Obsesionado por retratar  los mundos  juveniles, Caicedo  tendrá  especial  entusiasmo  por la obra de Mario Vargas Llosa y, en particular, de sus libros sobre temas  generacionales.

Es  decir,  la  colección   de  cuentos   Los jefes (1959), la novela La ciudad y los perros (1962) y el extenso  relato  titulado   Los cachorros (1967). El entusiasmo    que  provocó   la  obra  de  dicho autor  en sus pesquisas   creativas,  dio  como  re­sultado  que se lanzara  a uno  de sus tantos  pro­yectos «imposibles»:  adaptar  al teatro La ciudad y  los perros. Caicedo culminó una  secuencia dialogada de 90 páginas que, tiempo después, Jaime Acosta intentaría  poner en  escena  en Bogotá, sin llegar a feliz término.

Dicha versión  Andrés la tituló Los héroes al principioSu evidente entusiasmo por  la obra de «Manto»  Vargas Llosa está manifiesto en la dedicatoria de su relato El atravesado  de 1975. De esta época data también su versión de La muerte de Bessie Smith de Edward Albee. Este texto nunca se llevó a escena. Y, para com­pletar  la  lista,  Caicedo  hizo una  versión de Fastos del injierno y El escorial de Michel de Ghelderode, en una adaptación titulada Juan en el desierto. Otro ambicioso sueño que se quedó en el papel.

Pero vendría lo mejor. Cito un fragmento de mi libro Memorias de una cinejilia: «Finalmen­te, en 1972, Andrés se sumerge en la escritura y puesta en escena de El mar, su definitiva obra maestra para las tablas, basada en The Caretaker de  Harold  Pinter, Las narraciones de Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe y Moby Dick de Herman Melville. Pocas funciones se hacían de las obras montadas  por Caicedo y El mar no fue la excepción. Algunos dicen que sobre su teatro había caído una especie de particular maldición. Luego de varios meses de encierro, de El mar se hizo un ensayo general con públi­co 10  y una presentación en el patio central de la Universidad Santiago de Cali. En la mitad de la función, Andrés se desesperó (como Treplev, el personaje de La gaviota de Chéjov) porque el público hacía demasiado ruido en los pasillos. Impaciente, les dijo a los actores que suspendie­ran. Hasta allí llegó la actividad teatral de An­drés quien, en compañía de sus amigos Ramiro Arbeláez y Jaime Acosta, había puesto todo su empeño en decir cosas en las tablas. De allí en adelante, su aventura teatral terminó,  concentrándose en el trabajo cinematográfico, como crítico, como realizador (es la época del rodaje de Angelita y Miguel Ángel) y como guionista en ciernes. Su interés por el cine ya comienza a ma­nifestarse en El mar, pues se trata de una pieza no alegórica, sino de atmósfera, en apariencia, realista. Allí se introduce incluso un proyector que arregla uno de los personajes, con el que se encierran para siempre a ver películas» 11.

Tras la aventura de El mar, Caicedo pare­ciera que abandona el teatro. En efecto, su vida se concentra en el cine y, en 1973, viaja a los Estados Unidos, en una loca carrera por entrar por la retaguardia  en la industria  del llamado «séptimo arte».Su hermana Rosario, quien se en­contraba estudiando en Houston, lo acoge y en  su apartamento escribe dos extensos guiones para  largometraje:   La estirpe sin nombre  y La sombra sobre InnsomuthEl primero  de ellos es traducido por  Rosario  y el segundo  lo traslada al inglés gracias  al apoyo de un amigo  cubano. Una tercera historia, el  tratamiento de  un western, se  queda   en  el papel 12.   La  teatrali­dad parece haber desaparecido de  los  im­pulsos creativos de Caicedo. No obstante, hay en  estos  guiones una  secreta  fascinación por  la literatura gótica  y por  ciertos  ambien­tes  claustrofóbicos que,  de manera lejana,  se emparentan con  las obsesiones de los perso­najes marginales de El mar.

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Hasta  la fecha, hay una  deuda  editorial  con estos  guiones   extraordinarios. Ante el  inex­plicable  prejuicio de  que  los  libretos   para  el cine  «no  se  venden’: estos  han  permanecido inéditos,  junto a Angelita  y Miguel  Ángel,  No me desampares ni de noche ni de día (punto  de partida  para  la opera  prima  de Carlos  Mayolo, Carne de tu carne, realizada  en 1984) Un hom­bre bueno es difícil de encontrar,  y Va a venir visita 13 (sin  contar   una  versión   sin  título   de un  vampiro   azucarero,   génesis  inesperada   de Pura sangre de Luis Ospina),  sus otros  proyectos para  la pantalla,  de los cuales  solo se rodó el primero de  ellos.  De  cierta  manera,   la  co­nexión  entre  el teatro  y el cine  en Caicedo se encuentra en  estos  guiones,  únicos  en la his­toria  del  audiovisual   argumental   colombiano. El tiempo   pasó  con  el trágico  final  que  la le­yenda  de  Andrés Caicedo  ya conoce.  Decep­cionado, regresó  a Colombia y  se  entregó al Cine-Club   de   Cali  y  a  la  autodestrucción. Publicó  El atravesado  en  1975 y en 1977, después de fracasar en un concurso  y de ilusionarse en vano con ediciones  mexicanas,  venezolanas, uruguayas   o argentinas   de sus obras,  apareció ¡Que viva la música!, editado  en 1977 por el Ins­tituto  Colombiano   de Cultura,  gracias al olfato del poeta  y gestor  Juan  Gustavo  Cobo  Borda. Caicedo  se suicidó el 4 de marzo, horas después de  recibir  por  correo   el primer ejemplar  del libro,  el cual  saldría  a la venta  algunos  meses después.  Lo que sigue ha sido contado  cientos de veces y no vamos  a detenernos   en detalles que pertenecen a otros  contextos.  La pregunta que seguiremos  contestando   en estas líneas tie­ne que ver con  el destino  de su teatro.  A nivel editorial,  la Universidad   del Valle publicó  dos volúmenes  con sus obras. Ambas  tienen  prólo­go del docente  y director  Mauricio  Domenici 14:

Recibiendo al nuevo alumno (Colección Tiempo Estético, 1995) y Teatro (Editorial Universidad del Valle, 1997).

Hay una traducción al francés de El mar, pu­blicada por el Théátre Gérard Philipe de Saint Denis en 1998. Pero la historia post mortem del teatro de Caicedo comenzó mucho antes. Iniciando  la década del ochenta, se hicieron las primeras  adaptaciones  de  sus  textos  li­terarios.  La  primera   adaptación   importan­te  fue  el extenso  monólogo  del  actor  Julio Ardila (conocido en el medio teatral colom­biano ,como  Julio  Pilas)  de  El  atravesado. Fragmentos  de este monólogo se pueden ver en el documental  Ands  Caicedo: unos pocos buenos amigos  (1986) de Luis Ospina. Varios de los relatos de Caícedo se llevaron a la esce­na por grupos experimentales o estudiantiles. Pero fue el Teatro Matacandelas de Medellín el que  inauguró  la fiesta teatral  caicediana, con su adaptación  del libro Angelitos  empan­tanados o historias  para  jovencitos  en  1995. Este montaje no solamente es uno de los tra­bajos clásicos del final del siglo xx en Colom­bia, sino que se trata de un ejemplo único de cómo  se puede  adaptar  un  texto  de hondas raíces literarias para la escena.

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FINAL  EN  PRIMER   PERSONA

Nunca vi el montaje de El  mar.  No hubo cámaras que lo registrasen, salvo las fotos salvadoras que hizo el actor Diego Vélez del TEC. Ramiro Arbeláez cuenta los detalles de su puesta en escena en el prólogo a mis Memorias  de una cinefilia. Sin embargo, una suerte de aconteci­mientos casuales me llevaron a sumergirme en sus aguas. Cuatro años antes de que se acabara el siglo xx, luego de haber realizado un trabajo con los actores Dubián Gallego y Carlos Fran­co, en la Academia Superior de Artes de Bogotá (hoy Facultad de Artes-ASAB de la Universidad Distrital  «Francisco José de Caldas») para  la Académie des Théátres de France sobre la obra de Bernard -Marie Koltes, decidimos reunirnos y poner en escena un proyecto imposible: re­sucitar El mar. Durante la década del ochenta, me había obsesionado en la tarea, junto a Luis Ospina, de organizar toda Ia obra inédita de Andrés. El resultado, fue el descubrimiento, no sólo de miles de páginas demoledoras sino que, entre ellas, apareció para nosotros el libreto de El mar (con el dibujo «de un barco zozobrando’: realizado por su autor). Y, para completar la di­cha del curioso, nos encontramos un cuaderno escolar con toda su versión manuscrita. La obra de Caicedo, como lo seguí constatando en la  medida en que ahondaba en ella, es más adictiva de lo que parece. Poseído por el entusiasmo, des­concertado por la indudable maestría de El mar, decidí lanzarme a sus profundidades,  aún sin contar con una clara tabla de salvación.Nos pro­pusimos (Dubián, Carlos y yo) hacer un monta­je fiel  al texto de Caicedo, incluso corriendo el riesgo de aburrir al espectador como, sospecha­mos el director intentaba. Tras varios meses de trabajo, la obra se estrenó el 16 de junio de 1996, en la Casa del Teatro Nacional de Bogotá, en una primera temporada de un mes.

El montaje de El mar significó para mí, desde otro ángulo (el de la escena), la recuperación de una obra acabada y definitiva para la compren­sión integral del trabajo de Caicedo. En ella se reúnen todos sus fantasmas y sus obsesiones (el cine, la literatura sobre el mar, Cali, el absurdo, el viaje al pozo sin fondo de la perdición, el humor, el mundo de los sueños, la noche sin fortuna). En su confrontación con el público, este trabajo demostró ser un encuentro con formas teatrales ricas y complejas y sirvió para el descubrimiento de un autor, muy particular, sobre las tablas. Pero, lo más interesante, fue la complicidad física con el público de Andrés Caicedo. Podíamos notar el «reciclaje»generacional, en unos espectadores muy jóvenes, entusiasmados por los acertijos de su obra. El montaje estuvo en dos temporadas en la Casa del Teatro Nacional de Bogotá, una en el teatro La Candelaria, una en el teatro Los Ladrillos, una en Medellín, una invitación al Fes­tival de Teatro de Manizales y muchas funciones para universidades y colegios. Como dato curio­so, en casi cien representaciones, solo fuimos dos veces a Cali. En una de las funciones, en el teatro Jorge Isaacs, los organizadores se fugaron con la plata de la taquilla. Nadie es profeta en su tierra y menos cuando se lleva la maldición de El mar a Cali. La obra se montó con dos elencos: Dubián Darío Gallego,quien hacía el doble rol de Jesúsy Jacinto,y Carlos Franco quien hacía el rol de José. En el año 99, Carlos Franco fue remplazado por el actor Rodrigo Candamil.

Pero volvamos al tema de las versiones. El mar  se consideraba  una  «adaptación» de  The Caretaker de Harold Pinter. Cuando se editó en Francia, me preguntaron  si había que pagarle derechos de autor al Premio Nobel de Litera­tura. Les expliqué que el nombre de Pinter era más un homenaje que otra cosa. Si se compa­ran las dos obras, nos daremos cuenta de que el único elemento en común es el del encierro y la convención de los tres personajes. El res­to forma parte de los exclusivos fantasmas de Caicedo. De hecho, toda la segunda parte, en la que empieza el delirio de Jacinto por adap­tar, en su cripta particular, Narración  de Arhur Gordon Pym de Edgar Allan Poe y Moby Dick de Herman Melville,es quizás el principal logro de la pieza, el cual corresponde, en exclusiva, a los demonios creativos caicedianos 15.

Jesús, Jacinto y José son los personajes  de El mar.  En El cuidador  de Harold  Pinter los protagonistas se llaman Mick, Aston y Davies. El encierro  de El  mar  es tropical y caluroso. El de los personajes ingleses es frío e invernal. En la obra de Andrés, Jesús es un hombre de negocios, «encartado»  (o encañengado,  como dicen en Cali) con su inútil hermano  Jacinto, quien ha pasado por las clínicas psiquiátricas y es incapaz de arreglar nada práctico. La obra sucede en un apartamento  donde Jesús pasa a hacerse «sus siestecitas» y donde Jacinto lleva a vivir a José, un hombre de la calle. Jacinto, que está rodeado de libros, le enseña a José los placeres de la lectura. Poco a poco, Jacinto le confiesa al extraño  su obsesión por  fusionar, en un solo texto, las aventuras de Gordon Pym con la saga de Moby  Dick.  En una ceremonia creativa, Jacinto se explaya en la narración  de su invento. Este disparo de la invención lo lle­va a confesar, en un largo monólogo, su paso por el hospital psiquiátrico,  de la mano de su madre. Por último, convertidos en cómplices, Jacinto consigue arreglar un desvencijado pro­yector  de películas  en  16mm. Y, cuando  su hermano  Jesús intenta  entrar  de nuevo en el apartamento,  Jacinto y José se encierran  en él para siempre, rodeados de libros y películas.

¿Qué es una versión, qué es una adaptación, dónde  comienza  un  nuevo texto? En  el año 2005, por  ejemplo, el Teatro Libre de Bogotá hizo una «versión» de la misma obra de Pinter, titulada El encargado, en la cual la acción de la pieza es trasladada a Bogotá, en una excelente transposición  del  universo  del  autor  inglés. Sin embargo, la estructura de El cuidador  per­manecía intacta, a pesar de los neologismos y los bogotanismos. En el caso de El mar, hay una primera parte «realista»la cual, poco a poco, co­mienza a transformarse en el delirio poético y literario que apunta más hacia el acercamiento a Poe y Melvilleque hacia Pinter mismo. Los tex­tos de base son pre-textos para que Caicedo jue­gue con ellos, así como hay referencias al cine (uno de los sueños de Jacinto es casi calcado de una escena del Diario de una  camarera de Bu­ñuel), hasta convertirse en una obra autónoma y muy emparentada con el mundo privado de su autor. Jacinto es, de alguna manera, como «El Pretendiente» de los Angelitos  empantanados, como Solano Patiño, como Ricardito el Mise­rable. Jesús puede ser como «El atravesado’: un poco más adulto. Y José… José es un interlocu­tor popular, necesario para el discurso del pe­queño poeta descerebrado que es Jacinto.

En nuestra puesta en escena de El mar,  el espacio estaba compuesto  por  dos camas de hospital, todo el piso del escenario estaba inun­dado  de  libros, había  una  nevera  inservible, un televisor ídem, un perchero, un cuadro de Marilyn Monroe que Jacinto identificaba como su madre, varios afiches de películas y músi­ca que tuviese que ver con el mar, como «La mer» de Charles Trenet, o el solo del «Moby Dick» de Led Zeppelin. Poco a poco, el texto se nos fue convirtiendo en un punto de parti­da muy estricto, con el cual podíamos jugar casi como con una partitura  precisa, en el que los personajes, incluso, podrían  «dormir» de ver­dad, tal como lo anotaba el texto. Nuestra con­signa era hacer una obra sobre el aburrimiento sin  necesidad  de  aburrir  a los espectadores. Parece que el tiempo nos dio la razón. Un año después, Mauricio Domenici repetiría una experiencia similar en Cali.

En 1998, durante el XVI  Mundial de Fútbol de Francia, el teatro Gérard Philipe seleccionó 32 textos de los 32 países que participaban  en la maratón- futbolística. Como  Colombia  era uno de los países clasificados, se buscó un dra­maturgo  representativo  del país. Después de estudiar  distintas  posibilidades, se escogió la obra de Caicedo. Yo vivía en Londres en aque­lla época y viajé a Francia para el lanzamien­to del libro y para la lectura dramatizada de la traducción de Denise Laroutis. La mer cobraba una nueva dimensión en esta lectura hecha con muchos elementos, casi una pequeña puesta en escena. Allí, en la larguísima velada en la que se representó la obra de Andrés Caicedo, me sen­tí, poco a poco, aprendiendo  a nadar en aguas más profundas 16.

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Estas obras de teatro pertenecen al universo adolescente de un jovencito empantanado  en las aguas cenagosas de una ciudad sin nombre. Son obras que deben ser leídas con los ojos per­didos de un adolescente aguzado, de aquel que quiere romper el jarrón en la mitad de la visita y reírse a mandíbula batiente tras coronar su tra­vesura. Son obras terminadas, en la medida en que se pueden leer como «teatro de guerrilla’: urgentes, irreverentes, subversivas, traviesas, de alguna manera ingenuas. No están aquí ni La cantante  calva, ni Las sillas, ni La noche de los asesinos, ni La muerte  de Bessie Smith,  ni Juan en el desierto, porque se trata de obras que con­servan la esencia de sus modelos de origen y no podríamos decir que se han desprendido de sus fuentes. Así que, establecidas las reglas del jue­go, apaguen la luz, acomódense en sus butacas y prepárense para un viaje por un mundo descon­certante. Si usted no ha leído nunca a Andrés Caicedo, he aquí la mejor manera de navegar en sus aguas. Si ya lo ha hecho, descubrir que un dramaturgo puede nacer y morir entre los 15 y los 21 años, lo ayudará quizás a dudar de sus propias certezas.

SANDRO   ROMERO    REY

 

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1 A esta lista habría que sumarle  los largometrajes    Calicalabozo  (Colombia,   1997) de Jorge Navas y Noche sin fortuna   (Argentina, 2010)  de  Francisco   Forbes  y Alvaro  Cifuentes,   junto   a otras  experiencias    audiovisuales    como  Siempreviva   (1990)  de  César Castro,   Un ángel del pantano   (1997)  de Óscar  Campo,  Andrés  Caicedo y  Gonzalo  Arango  (2001)  de Álvaro  Perea,  Retrato  de Andrés  Caicedo  (2006)  de Lina  Hincapié,   Infección  BSAS  (2007)  de Harbyn   Patiño,  Jamás  dijo nunca  nada  (2009)  de Esteban Arango,  El último fragmento   (2009),  realización   anónima,   la versión  titulada   Que viva  la música  (sin  admiraciones)    (2015)  de Carlos  Moreno,  o el homenaje   en el documental    Sonido  bestial de Sylvia Vargas y Sandro  Romero  Rey.

2 Para  una  bibliografía   y videografía  integral   de Caicedo,  ver: Romero  Rey, Sandro.  Memorias   de una  cinefilia  (Andrés  CaicedoCarlos Mayolo,  Luis Ospina).  Bogotá:  Siglo del Hombre  Editores,  Programa   Editorial   Universidad   del Valle, 2015.

3 Andrés Caicedo pasó por el colegio franciscano del Pío XII, el colegio Nuestra Señora del Pilar, estuvo interno  e! colegio Calasanz en Medellín, regresó a Cali al colegio San Juan Berchmans de los jesuitas de donde fue expulsado, pasó al colegio San Luis Gonzaga de los Hermanos Maristas, y por último al colegio Miguel Camacho Perea, donde terminaría el bachillerato a regañadientes.

4 La Casa de la Cultura se fundó el 6to día del séxto mes de 1966 a las 6 de la tarde en Bogotá. Tras el estreno de Soldados  (versión de Carlos José Reyes), pusieron en escena La manzana  de Jack Gelber (con la influencia del Living Theatre de Nueva York), MaratSade   de Peter Weiss, Macbeth  (adaptada y dirigida por Enrique Buenaventura), La trampa  (escrita por Buenaventura, di­rigida por Santiago García en Cali) o El matrimonio  de Witold Gombrowicz, entre otros. Estas obras se presentaron, no exentas de polémicas, en la capital del Valle del Cauca, donde Andrés era entusiasta espectador.

5  El 23 de abril de 1997 el Teatro Matacandelas de Medellín estrenó una obra con ese mismo título, donde mezclaban textos de Recibiendo al nuevo alumno, el relato Maternidad,   la novela juvenil La estatua  del soldadito  de plomo  y dos versiones de la homó­nima Los diplomas.  El Teatro Matacandelas ya había incursionado en el universo caicediano en la puesta en escena titulada Viaje compartido (1988) y, sobre todo, en su exitosa versión de Angelitos  empantanados o historias para jovencitos (1995) con más de 20 años en repertorio.

6 Caicedo, Andrés. Destinitos fatales (Editorial Oveja Negra, 1984). Calicalabozo (Editorial Norma, distintas ediciones) y Cuentos completos (Alfaguara, 2014).

7 El grupo se llamó el TESCA (Teatro Estudiantil de Cali). La noche de los asesinos fue Premio Casa  de Las Américas de Cuba en 1965. La obra muestra a tres hermanos siniestros jugando, en el encierro, a asesinar a sus padres. El universo, claustrofóbico, travieso y parricida, corresponde a la perfección al tipo de demonios que Andrés quería poner, tanto en la escena como en la literatura.

Estos folletos se llamarían Ojo al cine y serían el punto de partida para la revista, con el mismo nombre, que aparecería en 1974, de la que se publicarían 5 números, hasta el suicidio de su autor. El Cine-Club de Caicedo funcionó inicialmente en el Teatro Alameda, donde hacía proyecciones en 35 mm y los martes en la sala del TEC. El Cine-Club de Cali comenzó sus proyecciones en el Teatro San Fernando, al sur de la ciudad, el 1O de abril de 1971, con un ciclo de Jean-Luc Godard. Para esa época,Caicedo ya no estaba en el TEC.

9 Es muy probable que Caicedo no tuviera mucho conocimiento del entusiasmo de Vargas Llosa por el teatro quien, en su adoles­cencia, escribiese una obra titulada La huida  del inca, que el autor peruano escribió y dirigió cuando tenía 16 años. Como dato adicional, se puede agregar que La ciudad y los perros  antes tuvo como títulos de trabajo La morada  del héroe, Los impostores y La ciudad y las nieblas. Vargas Llosa ha escrito,una decena de obras de teatro, junto a sus novelas y ensayos.

10 Ramiro Arbeláez aclara que se hicieron tres representaciones, a sala llena, en la Universidad del Valle.

11 Romero Rey. páp. 10-106. Ver el capítulo titulado El teatro de Caicedo.

12  Esta tercera aventura cinematográfica se llama Los amantes de Suzie Bloom y es adaptado en animación dentro del documental Noche sin fortuna,   realizado en Argentina por Francisco Forbes y Alvaro Cifuentes.

13 También conocida como Ladrones y policías.  Andrés Caicedo escribió los diálogos. La idea es de Carlos Mayolo y el guion de Luis Ospina.

14  En 1997, Mauricio Domenici puso en escena la obra de teatro El mar con estudiantes del Programa de Arte Dramático de la Universidad del Valle. «Un poco antes, Douglas Salomón iniciaba el reconocimiento de Andrés Caicedo como dramaturgo. La primera fue una incursión de El atravesado,  un monólogo interpretado por Jhony Acero ( … ) Después abordó Los diplomas,  con dramaturgia de Cristóbal Peláez ( … ) Después vino Todo tiene su final,  con Douglas atreviéndose a elaborar su propia dra­maturgia a partir de las cartas consignadas en El cuento  de mi vida y de recuerdos de adolescencia del propio director; como cuando Andrés les leyó, en una noche de rumba, La ciudad y los perros ... » Ver: Cuadros, Juan Carlos; Domenici, Mauricio; González Puche, Alejandro. Campus escénico. González Puche, Alejandro: «Una historia con presente». Programa Editorial Universidad del Valle. Cali, 2012. pág. 60.

15 Sorprende, por lo demás, las coincidencias del encierro del personaje Jacinto en un hospital psiquiátrico, con el paso de Andrés Caicedo por la Clínica Santo Tomás en Bogotá, tras su segundo intento de suicidio, en 1976. El mar  había sido escrito en 1972

16  Para completar este recuento, es preciso anotar que, en 2015, el director  colombo-belga Juan Bernardo Martínez puso en escena Les petits anges dans la boue, versión en francés de Angelitos empantanados, producida por el Théátre   de Chardons y Le Rideau de Bruxelles, Fui testigo, con Rosario Caicedo, del estreno del estupendo montaje en la capital de Bélgica, una ciu­dad acosada en ese momento por el terrorismo  islámico. Nos alojamos en un hotel situado en la misma calle donde vivió… ¡Michel de Ghelderode!

Texto recuperado del libro : Andres Caicedo – Teatro – Programa editorial Universidad del Valle Colección Artes y Humanidades Teatro Autor Luis Caicedo Estela- Editor Sandro Romero Rey 2017 pág 11-22


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