La mujer como protagonista invisivilizada de la historia, ha tenido que conformarse por ser recordada en papeles secundarios, en los que se omite o minimiza su participación activa como sujeto histórico. Pero al asumir lo femenino como parte de este nuevo rol, es posible al identificarlo dentro de los lugares destinados exclusivamente a lo masculino; siendo posible esto, sólo en medio de las luchas por la emancipación libradas por aquellas mujeres que buscan dejar su rol de “tornillos”[1] inamovibles de un lugar establecido, e inertes frente al acontecer diario, para conseguir la igualdad en derechos y la libertad de ser, sentir y decidir.
Esta forma de emancipación sólo es viable en medio de situaciones nuevas, generadas a partir de la redistribución tangible y simbólica de la realidad, abriendo la posibilidad a los sujetos de desidentificarse y en el mejor de los casos crear nuevas subjetividades. En esa búsqueda por construir realidades distintas, que se alejen de la represión y la imposición establecida, nacen grupos dispuestos a luchar por generar una nueva conciencia ética y estética que cambien las maneras dadas de percibir e interactuar.
Estos nuevos movimientos comenzaron a surgir a nivel mundial en la década de los sesenta, convirtiéndose en el escenario adecuado para la protesta de todos aquellos inconformes y rebeldes, frente a un mundo que se reproducía siempre de la misma manera, excluyendo todo aquello que no encajaba en las dinámicas establecidas. Es así, como se comenzaba a observar en diferentes partes del mundo marchas y revueltas que visibilizaban las inconformidades y la búsqueda constante de cambios reales.
Estudiantes, artistas, afroamericanos, pacifistas y todos aquellos que alzaban su voz de protestas frente a la barbarie de la guerra en Vietnam, a la segregación racial, al capitalismo salvaje, a las reformas estudiantiles o al orden burgués occidental; realizaban constantes reflexiones frente a los temas que los congregaba, en pro de una revolución pacífica en los diferentes campos de la realidad. Luchas que fueron vividas y sufridas no sólo por los hombres, sino que se fortalecían en el respaldo constante y enérgico de las mujeres.
Desafortunadamente esta presencia femenina era despojada de toda capacidad de decisión, al omitir su valor real en la sociedad y su función imprescindible dentro de los diferentes conflictos de la historia; escenarios en los que las mujeres asumieron roles estratégicos como el de realizar espionaje y repartir información falsa, otros necesarios pero vistos peyorativamente, como el encargarse de realizar la comida, de lavar los uniformes y servir como voluntarias de enfermería, este último, limitándose en un principio a trabajos de “cenicienta” en jornadas aterradoras e interminables, con salarios de miseria. Situaciones de las que no escapaban aquellas mujeres que se encontraban lejos de los campos de batalla, pero con esposos dentro de los enfrentamiento, ya que debían abandonar sus hogares y asumir literalmente los pantalones al interior de las fábricas.
Los aportes de estas mujeres no fueron suficiente para salir del anonimato y ser reconocidas por parte de los historiadores, lo cual, unido a un incansable sentimiento de querer ser dueñas de sí mismas, erradicando todo tipo de maltrato surgido de su condición de inferioridad, más la fuerza arrolladora que impulsaba las movilización en la ola frenética de los sesenta, les permitió concebir la idea de una lucha propia, dando inicio al feminismo en medio de la revolución sexual del mundo occidental, en el cual, se plantearon objetivos claros y contundentes en busca de un cambio de condición, desafiando todo aquello que era considerado símbolo de autoridad y control.
Las numerosas negativas de las “mujeres” a aceptar las descripciones ofrecidas en nombre de las “mujeres” no sólo atestiguan las violencias específicas que provoca un concepto parcial, sino que demuestra la imposibilidad constitutiva de un concepto o categoría imparcial o general (…) Esta violencia se ejerce y al mismo tiempo se desdibuja mediante una descripción que pretende ser final e incluirlo todo. (Butler, 1993, p. 311)
Esta crítica y falta de aceptación frente a lo que significaba ser mujer dentro del universo creado, difundido y mantenido por la autoridad masculina, se justificaba en un intento por suprimir las arbitrariedades que controlaron por siglos el cuerpo femenino, encasillándolo en aquellos roles que se asumieron sin cuestionamientos, por ser considerados parte de la naturaleza femenina.
Frente a estas inconformidades se comenzaron a librar batallas que fueron conquistadas a través de una conciencia colectiva conformada por aquellas mujeres, que entendieron que sólo en la unión se podía encontrar eco a su voz y a su expresión, dando inicio a una nueva mirada del mundo y de la historia a partir de un ángulo inexplorado, como lo eran los nacientes estudios y teorías feministas, que establecían una postura crítica no sólo a la historia en general, sino a la historia misma del arte, teniendo en cuenta que “su centro mitológico y psíquico no se ocupa del arte y sus historias sino del sujeto occidental masculino, sus soportes míticos y sus necesidades psíquicas” (Pollock, 2007, p.143), dejando por fuera todo aquello que hiciera referencia a lo femenino.
Bibliografía
Texto Completo: Roba este libro por Abbie Hoffman 1970 editorial Grove Press
Butler, Judith. (1993). Cuerpos que importan. Buenos Aires: Paidós.
Pollock, Griselda. (2007). “Diferenciando: El encuentro del feminismo con el canon”. En: Crítica feminista en la teoría e historia del arte. (Cordero, Karen. (Ed.)), pp. 141- 158.
[1] Término utilizado por Rosario Castellanos (1925-1974) en su poema Lecciones de las cosas, donde equipara el rol impuesto a la mujer, con la función del tornillo: “(…) Y me hice un tornillo bien aceitado, con el cual la máquina trabaja ya satisfactoriamente (…)”.
imagen de portada e interiores Milton Glasser
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