
Cuando vemos una pintura clásica muchas veces a primera vista vemos su concepción formal, en segunda medida tratamos de encontrar su significado, por muchas razones la historia encripta lo que a nuestros ojos se refleja, podemos reconocer las formas, la composición, los recursos pero existe algo muy problemático en el mensaje, algo que nos vincula pero a la vez nos convierte en extranjeros de la comunicación y de nuestros sentidos.
Este es el caso de la obra La Primavera de Botticelli, su análisis a través de la historia ha sido desde diferentes puntos: sus referencias paganas y de iconología romana, las referencias griegas a la literatura y el teatro, el análisis de las especies botánicas, en fin… la lista es desde diferentes puntos analíticos válidos. Pero en este caso en particular tanto para la historia de la ilustración gráfica como para la historia del arte es importante poner en consideración la teoría planteada por Ernst Gombrich en su texto Las mitologías de Botticelli en donde confiere un espacio de reflexión y una duda razonable sobre la intención del artista con este encargo pictórico.
«No les hableís de la virtud…presentádsela mejor como una atractiva muchacha y se enamorarán de ella» Cicerón
Considerar el arte clásico como simplemente un arte alegórico, pagano o religioso es negarle todo su significado «conceptual» es negar la potencialidad simbólica. Los códigos del arte han existido desde que el hombre primitivo contemplo el atardecer y se conmovió al verlo. La hipótesis de E. Gombrich propone una oportunidad de abrir la discusión sobre la interpretación de la obra y el quehacer del artista, lo conceptual en el arte moderno es un proceso histórico aun cuando los artistas conceptuales y critica moderna sobre el arte contemporáneo quiera plantear interrogantes volteando la vista a la historia.
Se plantea la teoría que esta obra de arte se construyo como un proyecto pedagógico, utilizando una evidencia fundamental, una carta en donde se sugiere cuales fueron las indicaciones que se le realizaron a Botticelli con el fin de que Lorenzo P. Pueda inferir y se sienta inspirado en su actuar desde el cuadro de la primavera. En este sentido y utilizando esta evidencia como hipótesis podemos argumentar que las imágenes no son inocentes y son mucho más que una decoración que carece de sentido, al contrario las imagenes nos permiten imaginar y considerar el modo en que se pretendía que fueran entendidas.
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Carta de Marsilo Ficino a Lorenzo de Pierfrancesco:
Mi inmenso amor por ti, excelente Lorenzo, me ha movido desde hace largo tiempo hacerte un inmenso regalo. Al que contempla los cielos, nada sobre lo que posa los ojos le parece inmenso, fuera del mismo cielo. Si, por tanto, te hago un regalo de los cielos mismos, ¿Cuál será su precio? Pero preferiría no hablar de precios, pues el Amor, nacido de las Gracias, todo lo da y lo acepta gratuitamente; ni ciertamente puede nada de debajo del cielo contrapesar por completo al cielo mismo.
Dicen los astrólogos que el hombre más feliz es aquel para quien el Destino ha, dispuesto los signos celestes de manera que la Luna no esté en mal aspecto con Marte y con Saturno, y por el contra en aspecto favorable con el Sol, júpiter, Mercurio y Venus. E igual que los astrólogos llaman feliz al hombre para quien el destino ha ordenado así los cuerpos celestes, los teólogos juzgan dichoso al que ha dispuesto su propio yo de manera similar. Quizás te preguntes si no será esto pedir demasiado: mucho es en verdad, pero sin embargo, mi inteligente Lorenzo, emprende la tarea con entusiasmo, pues el que te hizo es más grande que los cielos, y también serás más grande que los cielos en cuanto te decidas a mirarlos frente a frente. No hemos de buscar estas cosas fuera de nosotros, pues todos los cielos están en nuestro interior y la vehemente energía que llevamos dentro atestigua nuestro origen celestial:
En primer lugar la Luna: ¿Qué otra cosa puede Significar en nosotros más que el continuo movimiento del alma y el cuerpo? Marte representa la velocidad, Saturno la lentitud, el Sol Dios, Júpiter la Ley, Mercurio la Razón, y Venus la Humanidad (Humanitas).
En adelante, pues, joven de amplio espíritu, cadete y, junto a mí, dispón tus propios cielos. Tu luna -el continuo movimiento de tu alma y de tu cuerpo- debe evitar la excesiva velocidad de Marte y la lentitud de Saturno, es decir, debe dejarlo todo para el momento preciso y oportuno, y no debe apresurarse indebidamente ni demorarse demasiado. Esta Luna de tu interior debe además contemplar continuamente al Sol, que es Dios mismo, del que recibe siempre los rayos vivificantes, pues has de honrarle sobre todas las cosas, a quien estas obligado, y hacerte digno del honor. Tu luna debe también contemplar a Júpiter, las leyes humanas y divinas, que no deben transgredirse nunca, pues la desviación de las leyes que rigen rodas las cosas equivale a la perdición. También ha de orientar su mirada hacia Mercurio, es decir hacia el buen consejo, la razón y el conocimiento, pues nada debe emprenderse sin consultar al sabio, y nada debe decirse ni hacerse si para ello no se puede aducir ninguna motivación plausible. A un hombre que no esté versado en las ciencias y las letras se le puede considerar sordo y ciego. Por último, debe poner sus ojos en la misma Venus, es decir, en la Humanidad (Humanitas). Sírvanos esto de exhortación y recuerdo: nada grande poseeremos en esta tierra sin poseer a los hombres mismos, de cuyo amparo nacen todas las cosas terrenas. A los hombres, además, no se les puede prender con otro cebo que el de la Humanidad (Humanitas): Ten pues cuidado, no vayas a despreciarla pensando quizás que humanitas es de origen terreno (“forse existimans humonitatem humi natám”).
Pues la misma Humanidad (Humanitas) es una ninfa de gentileza excelente, nacida de los cielos y amada más que otras par el Dios todo poderoso. Su alma y su mente son el Amor y la Caridad, sus ojos la Dignidad y la Magnanimidad, las manos Liberalidad y Magnificencia, los pies Gentileza y Modestia. EI conjunto es, por tanto, Templanza y Rectitud, Encanto y Esplendor. ¡Oh, que exquisita belleza! Que hermosa de ver, Mi querido Lorenzo, se ha puesto plenamente en tus manos una ninfa de tamaña nobleza. Si te unieras a ella en matrimonio y la declarases tuya, ella endulzaría tu vida entera y te haría padre de hermosos hijos.
En conclusión pues, y resumiendo, si dispones de tal manera los signos celestiales y tus dotes saldrás indemne de todas las asechanzas de la fortuna y, con la protección divina, vivirás feliz y libre de cuitas.
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Esta carta nos devela la función de arte que busca trasmitir mucho mas que simples alegorías o una pulsión desenfrenada e irracional por la belleza, no es ni bohemia desenfrenada y mucho menos un idealismo cándido, Es sobre todo la potencia de la consideración intelectual del artista en la búsqueda de correspondencias, una interacción de lenguajes, es ciencia humanista. El autor Marsilo Ficino en su libro «Theologia platonica de immortalitate animae» habla sobre el trabajo de Botticelli, reconoce al hacer artístico como elemento preponderante para la actividad intelectual:
«En estas obras se expresa y refleja no de otro modo que un espejo refleja el rostro de un hombre que lo mira. El espíritu se revela en máximo grado de discursos, canciones y diestras armonías. En ellas se manifiesta plenamente la disposición y la voluntad de la mente. Sea cual sea la emoción del artista, su obra normalmente desencadenará en nosotros una emocion idéntica, una voz lastimera que nos mueve al llanto, otra airada a la cólera, otra sensual a la lascivia. Estas obras son las más próximas al espíritu del artista»
El arte que permanece en la historia siempre ha sido el de aquel pequeño artista dedicado que se levantó humildemente sobre los hombros de gigantes y pudo ver un poco más allá de lo que sus maestros le enseñaron. Una gran obra de arte es en si misma al reconocer que es hija de todas las demás artes. El artista es el gran vidente y el sabio humilde que solo es en si mismo a través de su obra.
Referencias:
- Gombrich, E.H., Imágenes simbólicas. Las mitologías de Botticelli, Alianza Editorial, 1994
- Ficino, M. Theologia platonica de immortalitate animorum, 1482
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